Un corazón de suave plumaje

09/26/2020

Vino a mí tu voz
un manojo de yerba en el yermo espacio
acres de trigo listos para la siembra.

Qué es el pan
sino espigas en un campo de agua
la voz del bronce
la trompeta anunciando tu llegada.

Recuerda que el tiempo no es oxígeno a la deriva
sino la sangre que nutre el cosmos.

Sale y camina
por aquel sendero donde logres dejar
tu huella tranquila
y sin egoísmo.

Tú que abandonas las autopistas
recuerda que la piedra es más negra por su canto urbano
más noche que la sombra
de todos los bosques.

Deja tu nerviosismo y toca mis pies de madrugada
deja que tu sangre altiva se amontone en un charco
que el ojo vea tu denuncia
o quedarás muda
bajo los viejos tilos de la plaza.

Tú conoces en mis ojos el dedo en la llaga
porque frenas tu sangre al llegar a mi puerta.

Quédate un momento
porque ya existes en mi mente.
Tú la que siempre hablas
con el lenguaje de los soñadores
y articulas la Ñ

sumergida en una transparente ola
la ola que acompaña a la poesía
en la lengua castellana.

Hay algo más domestico que un pedazo de pan
o más nostálgico que anhelar el tiempo lento
de los adoquines del viejo Concepción
del cual ya no queda memoria

a no ser por aquellos árboles al final de Barros Arana
pequeñas montañas en la urbe que me ayudan a caminar
ciudad adentro.

Yo llevé
sin saber aquella música a lo alto de la colina
llevé su imagen a renacer en las alturas.
Entonces algo balbuceaba
sobre el significado del azul.

Aquellos minutos del ocaso cuando la luz y la oscuridad
se fundían en un extraño fulgor en la cima
de Lo Pequén.

Cuando miré
desde el otro lado del horizonte
con la intención de trastocar la geografía
procurando con mi humano sentir
desbaratar el yugo
de la ciudad.

Cuando en lo alto de la colina
imaginé un mar aletear entre la niebla
como un temblor de cuerdas en mi oído.
Un adagio o la fantasía
para un gentilhombre.

Al amanecer
su mano inventa un agua que tiembla
un azul semejante al océano
un oxígeno en forma de peces.

En cambio dos días sin luna bastan para llenar
de oscuridad la urbe.

Los árboles
troncos envejecidos
de parir en un suelo inmisericorde
se han vuelto amarillos
como sus fósiles hojas.

Bajo el pálido follaje transita
una pálida muchedumbre y sobre pálidas hojas
decenas de aves vomitan un fuego de espanto.

Dos días sin luna
dos días bastan
para llenar de oscuridad la urbe.

Las ovejas
aman
aman a sabiendas
que su oficio está en extinción
a pesar de esa dócil mirada
a pesar de su lana tibia
nacida en la urdimbre de soles.
Yo admiro ese insólito rebaño
procurando amar como ellas aman.

Aunque ésta mi cornamenta
también es la sombra
del macho cabrío
que la luz de la lámpara
dibuja en las paredes
una crónica de abruptos acantilados
en la niebla.

¿Acaso no es verdadero
este deseo de amarte
curar tus heridas
despojarte de la soledad?.

Heme aquí en la pupila de la noche
empujado por el deseo a resistir
la mano y su báculo
en este redil
con mis hermanas borregas
que observan con amargura a los pequeños
que intentan amar a sus madres
que se acicalan lejanas
ensimismadas
en el laborioso horizonte
de la metrópoli.

Beber de tu leche
beber balaban los cabritos.

Cuáles son las señales de peligro
necio mamífero
en alabanza
y tributo a la lujuria
ariete enrojecido
como un sol en su pulso avasallador.

O tan sólo soy una bestia
empeñada en lamer tu cuerpo
y cobijar en mi guarida
en el ubérrimo peñasco de mis designios
tu pan tu leche.

Tú que vas por los collados ilusionada
transfigurada en feroz estrella
sobre el monte.
Y yo aquí en este corral me desangro
por acariciar tu lomo.

Ay si tú me dijeras bestia
ven a mí.

Qué es el tiempo?
Acaso una partícula
que viene de remotas galaxias
o el movimiento ventricular
del beso al atardecer?

Entonces
un río de suaves aguas
inundó de imágenes el atardecer.
La huella de su talón no trizaba la arena
y las aguas se amontonaban
frescas a sus pies.

Eran
como pequeñas catapultas sus pupilas
aquella tarde de abril.

Invisibles piedrecitas
de canto rodado
me arrojaba atrevidamente.

Ninguna de ellas
osé esquivar
todas se hundieron
en aquel río de sangre
que torrencial iba por mi arteria.

Entonces suaves ondas de choque
se expandieron
por todo
mi cuerpo.

Tus mensajes de texto
fueron las cálidas avenidas de la tarde
(Un paisaje en cinemascope)
Y qué hermoso fue modular yendo mar adentro
el cuerpo como un sol
en las aguas
que eran
tus aguas de abril.

Tú sabes
que bullen enormes olas
de fuego dentro de mí.
Que soy un pájaro
un corazón de suave plumaje
sobrevolando tu nido.

Durante la noche
ella extendía sus luciérnagas sobre mi pecho.
Mientras el otoño en la ruleta del tiempo
jugaba al amarillo ocre.

En los tiempos de la madera
el sereno y placido soñar de una guitarra
aleteaba en la habitación
mientras su cuerpo pasaba bajo el reflejo de la luna
y su perfume alimentaba
mi sombra
en busca
de su sombra.

Tú dijiste lubricidad
o algo así como aceites del Kamasutra
Y yo imaginé lo rojo del picotazo
la hendidura
que se perfila
y se descubre dentro de su propio abismo
allí donde una llave
abre el universo.

Imaginé
esa mañana una barca
surcando las letras
de un maravilloso relato.
En la cubierta el fuego
calentaba los corazones
como en las antiguas canoas yaganes
que alguna vez surcaron
las tierras australes.
El oleaje fluía por la sangre
en carbones encendidos
intentando entrelazar dos cuerpos
en un sola y resplandeciente
hoguera.

Fue una tarde o una noche de junio
cuando descendías de tu universo
por el cordón de tu sangre a mi sangre.

Tu mirada eran dos tímidas garzas
volando con ternura cerca de mi nariz.

Bajo tus parpados color violeta
una vertiente marina y un aroma a sal
se movían en el aire.

Entonces volaba
hasta tu pupila vestido de astronauta
para entrar una y otra vez en tu vértigo
en tu colmena de pan y miel.

Dijiste selva
y el océano verde
de altas columnas de agua
balanceaba sus hojas
bajo otro océano
de fugaces estrellas
que salpicaban extensas playas
del cosmos.

Aquella noche
viajaba en un luminoso sueño
intentando alcanzar otros mundos.
Observé naves intergalácticas
en océanos colmados de partículas.

Cometas-cachalotes
ardiendo sobre majestuosas hembras
en las insondables aguas del universo.

También observé soles
que titilaban misteriosos mensajes
en lo nocturno de mi sueño.

El contorno atmosférico de tus ojos
parece acariciar el aire

en aquel vórtice
donde se aparean las gaviotas
cada vez que el sol
desaparece detrás de la lámpara.

En aquel desbordante campo de oscuridad
la noche se abre solitaria
al fuego adulador de los astros.

Donde poco a poco el mundo sensible
se incrementa hasta llegar a tu cicatriz
de mujer-océano.

Voy por la orilla del río
leyendo tu mensaje de texto
bajo la perfecta visión simbólica
de sus aguas.
.
Imaginando cómo será tu tarde
recordando "el ojo detrás del velo
la noche con olor a hierba"
junto a ese animalito puro como el sol
que se colgaba a tus pies.

A pesar que la recordaba con ternura
mis pulmones no sabían
por donde respirar la mañana.

Fueron muchas las noches
que alimentaron a la provincia
desde lo incalculable de la Vía Láctea.

Una barca en espiral
hacía lo asombroso del azul
el gozo como velamen
sobre tibias aguas.

Todo fue transparente párpados adentro
la mujer desnuda el paisaje domesticado
la noche extendida
como una línea sinusoidal
bajo los astros.

El gemido
iba y venía por la tierra fértil
e intensificaba el roce de los cuerpos.
Entonces el junco eyaculó la semilla
en aquel aletear del tiempo.

Supongamos
que tú eras la barca a la orilla del río
quién izaba las velas de la imaginación.

La irrenunciable libertad
en medio de las tribulaciones.

Y aunque yo te dije ¡Nunca más!
el cielo aún espejea sobre las aguas del gran río
aún ilumina la ciudad. Ese firmamento
de grandes y pequeñas cosas.

O Brahms y su concierto de piano
brillando en los timbales del aire
traspasando el umbral de los sentidos
con una gestualidad tan intensa
que derriba tazas y jarros.

Ahora
supongamos que la belleza
es aquel punto de la cocina
donde sartenes y ollas
se desnudan alegres ante la esponja
para bruñir sus metales
con la señal de la luz.

Donde
cuchillos y tenedores
entre átomos de grasa y detergente
son convocados
para despojarse
de todo rastro de iniquidad.

Donde
me pregunto si acaso un poco de jabón
podría borrar la tristeza
de ese pedazo de hilo
que aún cuelga en mi frente.

He aquí la emoción
o el relato que lo guía
y las manos del pianista
cayendo sobre el teclado y los altavoces
trasladando el sonido
a todos los cuartos
con una devoción tan cósmica
que todo lo anida
en el aire.
La fotografía
las gotas de lluvia
el humo secreto de la noche
Las notas musicales que caen
salpicando las membranas
de la nostalgia.

Todo vuela
la terraza el poema la conversación
los remolinos de papel.

Todo por el revés de mi frente
sube en simultánea realidad
para luego caer
en el cáliz
de la tristeza

donde no podré jamás
alcanzar tus manos
bajo esa omnipresente
oscuridad.

Un fuego torrencial
iluminó su rostro
entonces giré mi cuerpo
para remontar la luz del relámpago
expandir a los cuatro puntos cardinales la materia sutil
que viajaba por mi sangre.

El océano
con sus aguas encendidas
parecían tocar mis pies
esa tarde de otoño
que la sedujo
a entregar su pupila al azul del crepúsculo.

Bajo ese fulgor
usé palabras colmadas de realidad.
La guarida de muchas aves
que pronto la hicieron huir
de ese cielo de mayo.

No fue lo pueril
de la lengua de los borrachos
huérfana de la oralidad profunda
lo que hizo confuso el mensaje.

Tal vez fueron
demasiadas metáforas
y luego no entendió la importancia de saber
la verdad.

Recuerdo incluso
habernos hablado
en código Morse
con suaves toques de mano
junto al pabilo que humeaba
en la orilla crepuscular.

Pero a pesar de todo
a pesar de que huyó sin decirme nada
fue hermoso ganarle a la oscuridad por un instante
fue hermoso encendernos
en el camino.

Así desapareció
lo que pudo ser el más bello de los universos
cuando transfiguraste tu mirada
en sustancia de metales pesados
hundiendo en el vacío
el plancton estelar
que avanzaba titilante de estrellas
hacia ti.

Recuerdo
cuando en nuestro lenguaje de pájaros
construíamos nuestra propia cartografía
en busca de la orilla hermosa.

Y "El Mar"
era un poema
de Yevtushenko por donde las gaviotas
pasaban como estrellas fugaces
hacia remotos océanos.

Mi vida
no puede ser caminar por la urbe
luego por la noche regresar
y pasar junto al mismo semáforo
a la misma oscuridad.

Qué puede ser más terrible
que perderse
en las propias llamas
del corazón.
Descubrir
al amanecer
una playa
de negras arenas
con un sol oscurísimo
morando dentro de la cabeza
y todo el universo
en esa planicie.

Un día comenzamos
a olvidar nuestro rebelde lenguaje.

Fue aquel día cuando
nos perdimos en la niebla
y su enojo.

Ahora cargamos una piedra
soneto del silencio
que nos oscurece en su carcelaria
envoltura.

Fue como una leyenda
con camellos y su energía hídrica.
Tal vez una historia de trashumantes
desde el azul.

Pero de súbito
aquello se desdibujó
por sus nauseas y cánticos absurdos.

Torrenciales lluvias cayeron en la comarca
un agua carente de porvenir
donde nadie
lograba deshacer
el olor pedregoso del camino.

Ahora mi sangre yace rota en el corazón
un río de hojas caducas corriendo por mis venas.

Pero olvidaré el otoño
con sus olas que corrían
en la antiquísima forma
de nubes.

Olvidaré los pozos azules
movidos por el viento
que deseaban hacerse gotas de lluvia

sobre nuestros cuerpos
para reunirnos
en un solo océano.

Así ondulaba en mis sueños
la imagen y su sombra.

Una señal inducida
por las grandes constelaciones del zodiaco
o sólo la réplica
de un movimiento
antiguo
del corazón.

En la trama del papel

bajo el microscopio

observé un planeta

un punto negro

en el universo táctil de la especie.

(i)


A la muerte se le puede hacer bullying

y decir sin temor lo fea que es

tal vez con la convicción

de que vamos a despertar de la pesadilla

un día cuando se cubran

de nuevos átomos nuestros huesos

y la muerte devuelva a los cautivos

de su grotesca melodía.

Otra manera sería no decir nada

aunque nos abrume su obscena presencia

y bailar con ella a pesar de que en el vacío de su pecho

abunde un sin fin de palabras mortuorias.

A la muerte hay que llevarla

de un lado a otro sin miedo

que no se quede quieta en ningún momento.

Girar con ella hasta que pierda

el sentido de orientación

y se olvide de nosotros.

Si tú quieres le puedes hacer un desprecio

con la esperanza que padezca de alzhéimer

y devuelva a los justos.

A la muerte hay que dejarla un verano en la playa

sin quitasol para derretir su tímpano de hielo.

A la muerte hay que sacarla a bailar

moverla hasta que pierda la compostura

colorear con un ritmo intensamente rojo sus mejillas

tocando tangos de Piazzola

y provocar así otro cisma

pero esta vez dentro del corazón para cambiarlo

de una vez por toda y despertar al muerto

que todos llevamos dentro.

(xvii)


Desde el vaho de la iniquidad

una nueva ideología volvía a dividir

a la especie.

(xix)


Un exultante cacareo se escuchó al amanecer.

Las gallinas habían roto el cascarón del silencio

habían creado pequeños planetas casi de la nada

formas perfectas para aturdir el hambre de las multitudes.

En el reverso sobre las planicies polvorientas del holocausto

en la atroz oscuridad yacen otras aves en despojo y máscara.

Picos humeantes en la diáspora

sexos emplumados para la batalla final.

Gallinas Robot expulsadas del jardín de los afectos

ideologizando con su morbidez esperpéntica

la carne fresca de nuevas generaciones.

Gallinas Robot ávidas del rito de expulsar

bajo las barbas del rayo de medianoche la malévola ofrenda

a su dios de papel maché.

Gallinas púrpuras

castellanas criollas.

(xxviii)


Vi su figura semejante al sol

acercarse a la niebla.

Desenmascarar al yo desprovisto

de la corteza profunda

del oxígeno

y esperar

para restaurarnos

de la orfandad de la luz.

(xxxv)

Él ata la flama al dintel de la puerta

y deja que su aroma

inunde los olfatos del aire.


Él lleva la ingrávida cuerda de la salvación

en sus manos de astronauta.

(xxxvi)


Él le ha dicho al amanecer no duermas

y desde aquel día rodea el mundo

con su fisonomía llena de luz y porvenir.

(xxxvii)


En ese aire

que son las palabras

la rosa del viento gime. Y yo entro

y salgo de su hendidura

aquella luz fosforescente.

Ahí está el sustantivo reloj

y tantos otros

como río

lluvia

bondad

o justicia. Donde siempre hay

un algo un yo un nosotros.

(xxxix)


Asomado a la palabra
el ojo verbal del insomnio

parecía soñar otra existencia.

(xl)




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